El “Glee curse”: mito, tragedias y tensiones internas
“Glee” nació en 2009 con brillo y música. Un fenómeno que parecía inagotable: millones de espectadores, discos en listas de éxitos, titulares constantes. Pero la memoria colectiva ya no lo asocia solo con canciones. También con un relato sombrío, bautizado como el “Glee curse”. Y aunque el término suene a mito urbano, lo cierto es que varios episodios trágicos lo volvieron inevitable en cualquier conversación sobre la serie.
El nacimiento de un fenómeno televisivo

El arranque fue meteórico. El piloto superó los nueve millones de espectadores en Estados Unidos. En semanas, los covers aparecían en iTunes. En meses, récords en Billboard. Ryan Murphy, su creador, era presentado como un visionario que había logrado unir comedia, drama adolescente y números musicales con un filo inusual. “Un experimento que salió mejor de lo previsto”, resumió Entertainment Weekly.
“Glee” rompió moldes en 2009: personajes abiertamente queer en prime time, historias de bullying, diversidad racial en un mismo instituto ficticio. Era entretenimiento y, al mismo tiempo, discurso social. Pero esa misma energía escondía un desgaste interno. Rodajes intensos, presiones constantes y fricciones que se conocieron años más tarde. El contraste entre lo que la serie mostraba y lo que ocurría tras las cámaras empezó a tomar forma desde el principio.
Tragedias que marcaron al elenco
Cory Monteith

Julio de 2013. Vancouver. Cory Monteith no responde llamadas. Lo encuentran sin vida en la habitación de un hotel. 31 años. El forense confirma: sobredosis de drogas y alcohol. Hollywood conoce demasiados casos así, pero esta vez fue distinto. Finn Hudson era el centro emocional de “Glee”. La cadena Fox suspendió grabaciones y dedicó un episodio, “The Quarterback”, que se convirtió en un adiós multitudinario. “Un funeral colectivo en prime time”, escribió Variety. A partir de ese momento, la idea de una maldición dejó de ser rumor de foros y se instaló en titulares serios.
Mark Salling

En 2015, otro golpe. Mark Salling, “Puck”, fue arrestado por posesión de pornografía infantil. El caso se hizo público, el proceso avanzó. En 2017 se declaró culpable y esperaba sentencia. En enero de 2018, antes de conocer condena, se suicidó. 35 años. “El ascenso y caída de un ídolo televisivo”, tituló Los Angeles Times. Un capítulo oscuro que, para muchos, reforzó el mito de la maldición.
Naya Rivera

Julio de 2020. Lago Piru, California. Naya Rivera desaparece tras salir a navegar con su hijo. Horas más tarde encuentran al niño solo en el bote. Cinco días de búsqueda. Confirman la tragedia: la actriz murió ahogada después de salvar al pequeño. Tenía 33 años. Santana López había sido un referente para jóvenes LGBT+. La prensa internacional habló de “desenlace devastador”. El mito del “Glee curse” se instaló con más fuerza que nunca.
Conflictos y tensiones tras las cámaras
No todo fueron tragedias. También hubo grietas internas, visibles con el tiempo. En 2020, la actriz Samantha Ware acusó públicamente a Lea Michele de comentarios racistas y actitudes humillantes durante el rodaje. Otros compañeros respaldaron esas denuncias. El contraste era brutal: una serie que predicaba empatía y respeto, mientras detrás del set las relaciones parecían tensas, cargadas de roces.
El propio Ryan Murphy, según Hollywood Reporter, era un creador brillante, pero con un estilo de liderazgo implacable. Jornadas largas, exigencia constante, favoritismos. El resultado: un ambiente de presión continua. Esa combinación —éxito global en pantalla, fricción real tras bastidores— alimentó la percepción de que la serie vivía en dos planos opuestos. La cara alegre frente al público, la dureza de un rodaje desgastante en privado.
¿Maldición o mito cultural?
El concepto de “curse” es tentador porque ofrece una historia cerrada, fácil de recordar. Pero la mayoría de análisis serios coinciden: no hay nada sobrenatural. Lo que hubo fue un cóctel amargo de factores humanos. Juventud, exposición brutal a la fama, un sistema laboral extenuante y la lupa de la prensa amplificando cualquier error. Eso destruye, con o sin maldición.
Existen precedentes: el “Poltergeist curse” en los 80, “Diff’rent Strokes” en los 90. En todos los casos, lo que se repite es la necesidad de explicar tragedias mediante un relato cultural. El “Glee curse” funciona igual. Una etiqueta que resume coincidencias dolorosas y las convierte en mito. El legado, por tanto, es doble: una serie que revolucionó la televisión musical, y un recuerdo marcado por sombras imposibles de ignorar.