Por qué Eren y Zeke se unieron en Attack on Titan

Todavía puedo sentir el nudo en el estómago de aquella escena. Zeke y Eren, tan distintos, tan llenos de heridas viejas, mirándose con esa mezcla rara de cálculo y desconfianza. No era una mirada de hermanos… y, sin embargo, había algo ahí. Me acuerdo que pensé: “No… no puede ser que vayan a unir fuerzas”. Y cuando lo hicieron, fue como ver dos placas tectónicas chocar: lento, inevitable y con una destrucción garantizada.
Hermanos por sangre, extraños por destino
Zeke creció en Marley, moldeado por su sistema, creyendo que los eldianos eran un error que había que corregir. Eren, en cambio, se crió tras las murallas, odiando a los titanes, soñando con ver el mar y con romper cualquier cadena que lo atara. No compartieron una infancia, ni cenas familiares, ni secretos de adolescencia. Eran dos piezas de mundos que, en teoría, jamás deberían encajar.
Pero la sangre tiene un peso extraño, ¿no? Incluso en medio de guerras y mentiras, saber que hay un lazo real cambia algo. Aunque sea poco. Claro que, en este caso, ese “poco” no fue suficiente para borrar la desconfianza. Zeke veía en Eren un posible cómplice para su plan de eutanasia eldiana; Eren veía en Zeke… bueno, una llave para algo mucho más grande. Y ninguno de los dos estaba dispuesto a decir toda la verdad.
El pacto incómodo
No fue un “me alegra conocerte, hermano”. Fue más bien un “te necesito para llegar al final del tablero”. Lo que más me impacta de esta alianza es que nació de la frialdad, de un cálculo milimétrico. Era como ver a dos ajedrecistas que, por un momento, se alían para atrapar a un tercero, pero que ya están planeando traicionarse después.
Y lo más curioso es que funcionó… durante un tiempo. Lo suficiente para que el mundo se diera cuenta de que juntos eran peligrosos.
El enemigo de mi enemigo… ¿o mi siguiente traidor?
Ambos odiaban a Marley. Ese fue su punto de unión. Marley les había robado demasiado: padres, amigos, la ilusión de un futuro. Pero, mientras Zeke quería acabar con la historia eldiana de raíz, Eren quería algo mucho más ambicioso… y mucho más sangriento. La frase “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” nunca me pareció tan endeble como aquí.
Recuerdo esa charla entre los dos, hablando de Grisha, de la infancia que nunca compartieron, de sus visiones del mundo. Por un instante, y lo admito, pensé que Eren estaba dejándose convencer. Que tal vez la idea de Zeke le parecía el “mal menor”. Pero cuando todo se reveló… no, fue como recibir una bofetada narrativa. Eren había jugado su propio juego desde el principio.
Fue un duelo de manipuladores. Cada uno creía que controlaba al otro. Y esa tensión, esa cuerda que estaba a punto de romperse en cualquier momento, es lo que me hizo imposible apartar la mirada.
Cuando la ideología pesa más que la sangre

Zeke veía la salvación en el fin. Eren veía la salvación en la destrucción total de quienes los amenazaban. No había un punto medio posible. Eso es lo que hacía que cada conversación entre ellos sonara como un campo minado: cualquier frase podía detonar la alianza.
Era inquietante ver cómo intentaban “entenderse” mientras, por dentro, se mantenían firmes en sus convicciones. Ninguno de los dos buscaba realmente ceder; lo único que querían era mantener al otro cerca hasta que llegara el momento de actuar. Y claro, cuando los dos son igual de tercos, el final solo puede ser explosivo.
Creo que por eso su relación nunca me pareció fraternal. Era más bien la historia de dos ideologías enfrentadas que, por unas cuantas páginas, caminaron juntas fingiendo que compartían un mismo destino.
El día que el mundo entendió el peligro

El asalto a Liberio fue la prueba definitiva. Eren infiltrado, Zeke moviendo piezas desde las sombras, y una coordinación que daba miedo de lo efectiva que era. Fue un ataque quirúrgico, brutal y perfectamente ejecutado… y dejó claro que, si querían, podían cambiar el rumbo de la guerra en un solo día.
Yo lo vi y pensé: “Si pueden hacer esto contra Marley, ¿qué les impediría hacerlo contra todos?”. Esa sensación de amenaza latente me acompañó durante todo el resto de la historia. Porque ya no importaba si en algún momento iban a pelearse; el daño que podían hacer juntos ya estaba hecho.
Una alianza que nació para romperse

No duró. No podía durar. Cuando todo se destapó y Eren dejó claro que nunca había comprado del todo el plan de Zeke, la ilusión se hizo añicos. Y no fue un derrumbe elegante: fue como ver una pared reventar de golpe, con polvo, ruido y escombros cayendo sobre todo lo que habían tocado juntos. Me quedó la sensación amarga de que cada paso que dieron lado a lado había sido… casi una broma cruel del destino.
Si lo pienso ahora, todavía me cabrea un poco. Porque caí, lo admito. En algún momento me convencí de que podían encontrarse en un punto medio, aunque fuera chiquito. Pero Attack on Titan no da tregua: te muestra una lucecita al final del túnel y cuando te acercas… pum, es solo una bengala que se apaga. Aquí, la esperanza dura lo que un suspiro.
Y me quedo con la duda, esa que no se quita aunque pasen los capítulos: ¿hubo en Eren, aunque fuera escondido en lo más hondo, un mínimo deseo de salvar a su hermano? ¿O todo estaba amarrado desde el principio, fríamente, sin espacio para nada más que su propio final…? No lo sé. Y creo que por eso sigo dándole vueltas.