¿Por qué los canadienses crecieron temiendo la oscuridad?
¿Alguna vez te has preguntado por qué los canadienses —esos campeones del invierno, maestros del silencio y expertos en sobrevivir tormentas de nieve— le temen tanto a la oscuridad? Porque sí, aunque no lo digan en voz alta, hay un miedo silencioso allá, uno que no se apaga con una linterna. Y si naciste entre los 80 y principios de los 2000, sabes exactamente de dónde viene: Are You Afraid of the Dark?
Una generación criada por linternas y cuentos de miedo

Si creciste en Canadá (o viste YTV o Nickelodeon en español latino), entonces ya sabes el ritual: un grupo de chicos en el bosque, una fogata crepitando, y una pregunta que aún resuena en el fondo de tu mente: “¿Le temes a la oscuridad?”. ¡Boom! Empieza el cuento. Uno nuevo cada semana. Y no cualquier cuento: historias que te dejaban mirando el pasillo con miedo a parpadear.
La serie no solo era canadiense en producción. Era canadiense en esencia. El bosque, el frío, la sensación de aislamiento, todo lo que hacía a Canadá misterioso y vasto estaba ahí, convertido en terror suave, pero efectivo. Era como si cada episodio te recordara: la oscuridad no es solo falta de luz… es un lugar donde habitan cosas.
¿Por qué los canadienses crecieron con miedo al anochecer?

Bueno, porque cuando vives en un país donde en invierno anochece a las 3:30 de la tarde, te sobran horas para imaginar. El silencio en ciertas regiones de Canadá no es poético —es absoluto. Una casa aislada, rodeada de bosque, con la nieve bloqueando todo sonido. ¿Y encima de eso, viste de niño a Zeebo el Payaso en un episodio de Are You Afraid of the Dark?? Hermano… el trauma está garantizado.
Muchos crecieron pensando que había algo detrás de la puerta del armario. Que el sótano podía esconder un espíritu. Que un juguete antiguo podía despertar. ¿De dónde salió todo eso? Pues de la televisión. De una serie que, a diferencia de otras de su época, nunca trató a su público como niños tontos.
Are You Afraid of the Dark?: horror psicológico made in Canadá

Lo mágico —y terrorífico— de Are You Afraid of the Dark? es que el verdadero monstruo nunca era visible por completo. Todo era atmósfera, sonido, susurros, reflejos en espejos. El miedo vivía en lo que no se mostraba. En lo que tu mente llenaba sola. Como la oscuridad real: no sabes qué hay ahí, y eso lo hace mil veces peor.
Ese estilo es puramente canadiense. Nada de jump scares baratos ni gritos estridentes. Solo un susurro… y la idea de que algo te está mirando desde el otro lado del pasillo. ¿Eso? Eso se mete en la piel. Y se queda ahí.
El miedo como parte de la identidad
En Canadá, la oscuridad no es solo un fenómeno natural —es parte de la cultura. En las Primeras Naciones, hay historias milenarias sobre seres que viven en el bosque y se manifiestan en la noche. En las zonas rurales, todavía se cuentan leyendas sobre espíritus en los lagos, figuras en la niebla y luces que no deberían estar ahí.
Are You Afraid of the Dark? tomó esa herencia y la llevó a la pantalla. No era solo entretenimiento: era una versión juvenil del folclore oscuro canadiense, disfrazado de serie para niños. Por eso caló tan hondo. Porque recogía algo real, algo que muchos ya sentían en el pecho desde que aprendieron a caminar en la nieve de noche.
Más que una serie: un ritual nocturno
Había algo mágico en ver la serie a oscuras, con la tele bajita para que no se despertaran tus padres. Cada capítulo era como sentarse junto a esa fogata con la Sociedad de la Medianoche. Y al apagar la tele, sentías esa pausa… ese momento en que la oscuridad de la habitación parecía distinta. Más viva. Más densa.
Y entonces empezaba el juego mental: ¿me tapo con la cobija hasta la cabeza? ¿Dejo la luz del baño prendida? ¿Pido dormir con mi hermano? No importa cuán valiente fueras: todos caíamos.
¿Le temes tú también a la oscuridad?
Hoy, la serie vive como leyenda. Hay reboots, memes, análisis en YouTube, y un ejército de fans que juran que la original era mejor. Pero más allá de la nostalgia, lo que queda es una huella. Una generación que aprendió, desde pequeña, que el miedo no es siempre algo malo. Que asustarse es parte de crecer. Que contar historias da poder.
Tal vez por eso, en Canadá, la oscuridad no es algo que se ignore. Se respeta. Se explora. Se convierte en cuento alrededor de una fogata, con una linterna temblorosa, y una voz que dice: «Presento esta historia a la Sociedad de la Medianoche…»