Review: El Juego del Calamar temporada 3 brilla con oscuridad
La tercera temporada de El Juego del Calamar se sumerge más que nunca en la brutalidad psicológica, el dilema moral y las tensiones colectivas que definen a sus personajes — no solo Gi-hun, sino todo el elenco atrapado en una maquinaria infernal que ya no necesita reglas, solo desesperación.
Desde su debut, esta serie surcoreana ha combinado el suspenso con la crítica social, convirtiéndose en un fenómeno global. Pero con esta última entrega, el enfoque cambia: ya no se trata solo de sobrevivir o ganar, sino de soportar el peso de las decisiones. La temporada 3 no es un espectáculo de violencia gratuita; es un examen crudo sobre qué queda del ser humano cuando todo se desmorona.
“¿Cuánto de ti estás dispuesto a traicionar para salvar lo poco que te queda?” Esa parece ser la pregunta que atraviesa cada escena, cada juego, cada mirada.
Una temporada más introspectiva, menos espectáculo
A diferencia de las entregas anteriores, esta temporada apuesta por un tono más sombrío y reflexivo. Hay menos acción frenética, pero más tensión emocional. El ritmo puede parecer lento para quienes esperan adrenalina constante, pero es un movimiento calculado. Aquí, el horror no está solo en los disparos, sino en las pausas, en los silencios entre jugadores que ya no confían ni en sus propias sombras.
“Esta no es una historia de buenos y malos. Es una historia de personas rotas intentando no perder su alma.”
Gi-hun: del rebelde paralizado al mártir resignado

El protagonista vuelve convertido en un hombre cansado, emocionalmente agotado y casi mudo. Pasa buena parte de la temporada atrapado en su propio remordimiento, sintiéndose culpable por los que arrastró al matadero. A ratos es desesperante verlo tan apagado, pero ese es el punto: Gi-hun no lidera, se derrumba.
Y cuando por fin despierta, no es con rabia, sino con una amarga lucidez. Su frase lo resume todo:
No vinimos a ganar, vinimos a no olvidar
Cho Hyun-ju, Kim Jun-hee y Jang Geum-ja: el corazón palpitante de la temporada



Mientras Gi-hun se ausenta emocionalmente, ellas sostienen la historia. Hyun-ju se revela como la mente más aguda del grupo: fría pero ética, atrapada entre la lógica y la compasión. Su frase: “El juego ya no es sobre vivir. Es sobre cuánto podés mirar al otro antes de disparar”, queda grabada.
Kim Jun-hee brilla como una de las grandes revelaciones de la serie. Su rol va más allá del sacrificio típico: encarna la fe en la humanidad, incluso cuando todo indica que no vale la pena. Su relación con otros jugadores sirve de espejo emocional — uno que inevitablemente termina quebrado.
Y Geum-ja, interpretada por Kang Ae-shim, es puro instinto maternal canalizado en un entorno hostil. Su presencia es visceral, y cada decisión suya se siente como una pelea contra el sistema, incluso cuando no dice una palabra. Es el tipo de personaje que no se roba los focos, pero se queda en la memoria.
Los nuevos juegos: más crueles, más íntimos
Los retos mantienen la estética infantil, pero su dinámica cambia. Aquí, los jugadores eligen. Pueden traicionar, pueden aliarse, pueden asesinar… sin necesidad de una orden. El horror ya no está en lo que te obligan a hacer, sino en lo que tú decides.
Uno de los juegos transforma el clásico “Escondite” en una pesadilla de paranoia. Otro convierte “Saltar la cuerda” en un ensayo sobre aislamiento psicológico. Y el final, sin decir mucho, te deja deseando no haber visto lo que viste.
No hay monstruos aquí. Solo humanos sin salida.
Los VIPs y el error de darle voz al privilegio

Una de las decisiones más criticables de la temporada es el espacio otorgado a los infames VIPs. Su presencia, en lugar de añadir tensión, la disipa. Sus líneas son caricaturescas, sus actuaciones desconectadas. Si la intención era mostrarlos como grotescos, funciona… pero a costa de romper el tono.
Hubiera sido más poderoso mantenerlos en silencio, como sombras observadoras. “El poder asusta más cuando no se ríe.”
Jun-ho, No-eul y Yong-sik: caras del trauma, del amor y de la rabia
Jun-ho (Wi Ha-joon), que había estado ausente, regresa con un arco sorprendente. No es el salvador que algunos esperaban, sino una figura rota, llena de culpa, intentando entender en qué momento cruzó la línea. Su presencia es magnética, pero también dolorosa.
No-eul (Park Gyu-young) es el alma trágica de esta temporada. Armada con valentía y una rabia que no sabe a dónde dirigir, se convierte en un símbolo de lo que se pierde cuando te obligan a sobrevivir. Su relación con otros personajes es compleja, incómoda, y por eso mismo, real.
Y luego está Yong-sik (Yang Dong-geun), probablemente el personaje más detestable… pero también el más humano. Su cobardía, sus explosiones, su deseo desesperado de salvarse a sí mismo aunque sea vendiendo a los demás… lo hacen insoportable, sí, pero también innegablemente verosímil.

“No soy cruel. Solo no quiero ser el siguiente.” — dice. Y aunque quisiéramos odiarlo, entendemos el miedo detrás.
Un cierre que no es cierre: solo un eco más del ciclo
La temporada 3 intenta cerrar muchas cosas, pero no todo queda resuelto. Porque lo más honesto que puede hacer El Juego del Calamar es admitir que no hay un final. Que mientras exista desigualdad, desesperación y un sistema que explota a los vulnerables… el juego seguirá.
“Tal vez no era una historia de supervivencia, sino de repetición.”
Y ahí radica su última puñalada emocional: no importa quién gane. Siempre habrá otro Gi-hun. Otro Jun-hee. Otro que entre por necesidad. Y otro que mire desde arriba, esperando entretenerse.
¿Fue perfecta la temporada? No. ¿Fue impactante, coherente con su discurso, y dolorosamente humana? Sin duda.
La temporada 3 de El Juego del Calamar no cierra una historia, revela una herida. Y al hacerlo, la convierte en su mejor entrega.