VIP en Squid Game: depredadores detrás de las máscaras
Cuando aparecieron en pantalla, sentados en sillones lujosos y cubiertos con máscaras doradas de animales, entendí que el verdadero monstruo de Squid Game no estaba dentro de la arena. Estaba observando desde arriba, copa en mano, riéndose del sufrimiento humano. Esa imagen me dejó helado. Hasta ese momento los juegos parecían un asunto oscuro, sí, pero limitado al control del Front Man. De pronto, la serie nos mostró que no: había un público exclusivo, millonarios que viajaban desde distintas partes del mundo para ver morir a desconocidos como si fueran fichas en un tablero.
Uno de ellos llega a decir, mientras se acomoda la máscara de toro: “El número 69 es un jugador interesante”. Otro, con tono burlón, agrega: “Ese chico debería dar más espectáculo antes de caer”. Son frases breves, casi banales, pero cargadas de crueldad. Ahí comprendí la magnitud del horror: la vida de los jugadores, con todas sus esperanzas y tragedias, no valía más que un chiste para esos hombres poderosos.
La primera aparición de los VIP en la Temporada 1


En el episodio 7 de la primera temporada, los VIP hacen su gran entrada. Llegan a una sala opulenta, con lámparas de araña y cortinas pesadas, recibidos como invitados de honor. Sus trajes de seda, sus copas de vino y su lenguaje corporal lo dicen todo: no son meros observadores, son los dueños de la fiesta. El contraste es brutal: mientras los jugadores sangran y se desesperan, ellos se relajan en sillones mullidos, rodeados de sirvientes semidesnudos y atendidos como reyes.
Y no, no son coreanos. La mayoría son extranjeros: americanos, europeos, con acentos marcados que resaltan frente al contexto surcoreano. Esto no fue un error de casting. Fue una decisión narrativa clara: mostrar que los juegos no son un fenómeno local, sino un negocio internacional sostenido por capital extranjero. Como si Corea solo fuera el escenario, pero los verdaderos dueños del circo vinieran de fuera.
“Apuesto todo al número 11”, dice uno con entusiasmo, mientras otro replica: “No, ese caerá pronto, mírale las piernas”. Son comentarios banales, como si hablaran de caballos en una carrera. Pero detrás de esas palabras hay vidas humanas en juego. Es la deshumanización absoluta convertida en espectáculo.
El simbolismo de las máscaras
Las máscaras de los VIP no son un simple accesorio. Cada una representa a un depredador: león, tigre, búho, felino. Ninguna simboliza inocencia. Todas evocan fuerza, instinto, poder. Son trofeos que les recuerdan a ellos mismos que están por encima, que no son iguales a los jugadores, sino cazadores frente a presas.
Cuando vi por primera vez la máscara de búho, pensé: ¿sabiduría? No, era una burla cruel. Porque la “sabiduría” de esos hombres no es más que cinismo disfrazado de lujo. El león, símbolo de poder, se convierte en una máscara vacía usada por alguien que no ha conquistado nada más que la desgracia ajena. Y el tigre, que debería representar majestuosidad, aquí solo es un recordatorio de que los ricos con dinero ilimitado pueden comportarse peor que bestias salvajes.
Recuerdo un comentario de un fan en un foro: “Las máscaras hacen que se vean menos humanos y más monstruos. Como si se sintieran orgullosos de no tener empatía”. Y tenía razón. Ese es el mensaje: los VIP ya no son personas, son símbolos de lo peor de la humanidad.
La expansión del rol de los VIP en la Temporada 2

La segunda temporada deja claro que los VIP no son una excepción. Vuelven a aparecer, aunque en escenas más calculadas, con frases que amplían la mitología de los juegos. En una conversación escuchamos a uno decir: “La edición de Brasil fue mucho más sangrienta”. Esa frase abrió un mundo nuevo: los juegos no solo ocurren en Corea, sino en otros países, replicados como parte de una red global de entretenimiento mortal.
Esta revelación también alimenta la teoría de que algunos VIP podrían ser antiguos ganadores en sus propias ediciones nacionales. ¿Quién mejor para disfrutar del espectáculo que alguien que ya sobrevivió al infierno? De hecho, uno de ellos lanza un comentario ambiguo: “A mí también me temblaban las manos cuando tenía que elegir… pero sobreviví”. No es una confirmación, pero es suficiente para que los fans sospechemos: algunos de esos hombres ya estuvieron alguna vez al otro lado del tablero.
Lo que queda claro es que los VIP son más que patrocinadores. Son parte de una comunidad global de poderosos que alimentan el sistema. Y la serie se encarga de mostrarlos no como caricaturas, sino como la raíz del verdadero horror: la banalización de la vida.
Los VIP en la Temporada 3: la herida más profunda

En la tercera temporada (spoiler), los VIP adquieren todavía más relevancia. Aparecen nuevos rostros y nuevas máscaras, y se introducen diálogos que confirman lo que muchos intuíamos: al menos algunos de ellos fueron jugadores que sobrevivieron. Un VIP lo dice claramente: “Yo también aposté mi vida una vez. Ahora me divierto apostando la de otros”. Esa línea lo cambia todo. Significa que ganar no necesariamente te libera: te convierte en parte del ciclo, te absorbe el sistema y te ofrece un premio envenenado —la oportunidad de pasar al palco de los cazadores.
Ese giro narrativo es demoledor. Porque nos obliga a preguntarnos: ¿qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Aceptaríamos el dinero y huiríamos? ¿O sucumbiríamos a la tentación de entrar en ese club exclusivo, donde la vida ajena es un pasatiempo? La serie no da respuestas fáciles, y esa es su fuerza. Los VIP, lejos de ser personajes secundarios, son la encarnación de la corrupción total del alma humana.
Además, en esta temporada se refuerza la idea de que los juegos son una red internacional. Cada país tendría su propia edición, sus propios sobrevivientes, algunos de los cuales terminarían ascendiendo a la élite. Es un círculo vicioso que multiplica el horror: los que alguna vez fueron víctimas, ahora son verdugos disfrazados de reyes.
La esencia del horror
Los VIP representan lo que más miedo da en Squid Game: la indiferencia de los poderosos. No levantan armas, no empujan a nadie desde un puente, no juegan con canicas. Solo miran, se ríen y apuestan. Y eso es lo más terrorífico: que la muerte se convierta en espectáculo, que la desgracia ajena sea un lujo reservado para unos pocos.
Como fan, confieso que esa parte me dolió más que cualquier ejecución. Porque vi en ellos un espejo de nuestra realidad. Multimillonarios que juegan con economías enteras, gobiernos que deciden destinos de millones con un clic, fortunas que se gastan en fiestas privadas mientras otros mueren de hambre. Squid Game solo lo llevó al extremo, pero todos sabemos que esa desigualdad existe.
Los VIP no son villanos exagerados. Son demasiado reales. Y esa es la verdadera genialidad de la serie: mostrarnos que el enemigo no siempre lleva un arma. A veces lleva un traje de seda, una máscara dorada y una copa de vino, mientras decide con quién apostará la próxima muerte